viernes, 19 de diciembre de 2008

Sin hablar

Reconozco que la primera vez que vi cómo dibujabas un corazón sobre la "i", temí estar metido en una de esas películas musicales americanas en las que nadie se despeina al bailar, y todos van vestidos con colores chillones.
En la pizarrita de plástico de la cocina, las colas de tus ges, tus jotas y tus y griegas, parecen lacitos para pequeñas cajas de regalo, rojas, brillantes, envolviendo algúna joyita de las que usan las niñas buenas cuando juegan a los matrimonios.
Tú no eres una de esas niñas, que tienen a sus maridos como figurines, como las que los toman por Ken, el eterno novio de Barbie.
Apenas veo tu pelo sobresalir por el borde del sofá, absorta ante la televisión, mientras la taza de leche con cacao se balancea como otro juguete en tu pulgar.
En un minuto nos marcharemos al hipermercado, y nos pelearemos por un aparcamiento con gente que vive a cien metros de nosotros, pero que no hemos visto en nuestra vida.
Por el pasillo de las conservas te volveré a mirar, deseando que no estemos allí, y sabiendo que, aunque tengas esa lata de champiñones en la mano, estás pensando en mí del mismo modo...

- No, con tarjeta.

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