miércoles, 22 de abril de 2009

Negra sobre blanco



Mira... no es por nada, pero no me tengo por un colgado, ni friki. Y aún así, sé que existe. Muchas veces nos vemos a nosotros mismos como bichos raros porque la vemos. Sí, por favor no me tomes a broma.

Pertenece... no sé explicarlo. Como si fuera un plano diferente de la realidad, que es donde estamos cuando hacemos lo cotidiano. Ir al banco, a sellar el paro, al súper. Qué sé yo, Mientras limpiamos la casa, o ponemos las lavadoras. Cuando estás atareado no la verás. Ni de coña. Y ¿ves? Justo ahora que te lo voy contando caigo en la cuenta:

Necesitas una especie de trance. Mucho silencio, así que la soledad ayuda. Deja que te lo explique, y acabas de acuerdo conmigo. Ya verás. Es como esa canción, ésa que dice que nada es real, y que la vida es sueño, ríe ahora y llora luego. Pues eso. A ver si no me lío, porque una cosa es sentirlo, y otra ponerle palabras.

Me vienen un montón de palabras a la cabeza para asociarlas con ella: Coherencia, integridad, dignidad, sensatez, franqueza... y también hipocresía, ignorancia, suficiencia, contumacia... y una inevitable sensación de ridiculez y vergüenza ajena. Ah! Y de bloqueo. En serio. Yo me bloqueo. Es horrible, y me da mucha rabia, porque por mucho que pase, no consigo estar prevenido para una nueva. Eso uno. Y dos, porque ya me sale como un resorte: Al instante pienso que puede estar ocurriéndome a mí mismo, confundiendo integridad con estupidez, y cayendo en una prepotencia que no me podría perdonar. Me muero del corte si descubro que yo también lo hago.

No te pierdas. Tranqui. Estoy seguro de que tú sabes a qué me refiero. Si no lo creyera no te lo contaría. Yo me quedo rumiando. Prefiero esa palabra, lo define mejor. Pasar una idea por varios criterios, incluso de delante hacia atrás, volviendo sobre los pasos por si me dejase algo. Pensando a la inversa, ya sabes, en el lugar del otro, para encontrar más fácil explicaciones a qué le impulsa a hacerlo.

Ahora ya lo apuesto todo. No estoy loco. Mira: Es una experiencia en concreto, o una racha, buena o mala, la que te espabila, y te baja de la nube. Dejas de hablar de ti mismo con certezas y en términos absolutos. Y, paradojas de la vida, eso no implica ignorar tus límites. Simplemente sabes que cuanto más seguro te crees de cómo eres, antes te contradices.
En cambio, empiezas a ver a montones de personas... entre tus conocidos, parientes, compañeros de trabajo... en fin, tu mundo cercano, que se juzgan siempre con una condescendencia y autosuficiencia ridícula, culpable, con algo que te acaba dando la risa... por no llorar. Yo la llamo “la mota negra sobre la sonrisa profidén” (que rima con “que le den”) Y acabas pensando cuánta humildad, o prudencia, o sentido común, yo qué sé... tendríamos que procurar, para dejar de verla.

Te dije que la verías.



jueves, 9 de abril de 2009

Ascensores por todas partes...

Republicano convencido como soy, me declaro también contento con Juan Carlos I hasta ahora. Porque lo veo como un embajador más. Y según parece, ya que no hay prensa que a día de hoy haya encontrado pruebas contra su don de gentes, para ser un rey vende bien la modernidad en que vivimos... pese a los obispos.

El caso es que no vengo a hablar del rey, sino de lo bien que me viene su cita más famosa actualmente para esta entrada: Sí, acertais: "¡¡¿Por qué no te callas?!!".
Pues eso mismo me pregunto yo cada vez que me encuentro con un amigo... bueno, más bien un conocido amable. No sé qué pensar, aunque últimamente lo veo como si viviese en un estado de ascensor permanente.

No me molestaría en absoluto si no fuera porque lo poco que conozco me dice que puede dar mucho más de sí que conversaciones o frases superficiales de cortesía, como el eco... Quizás todo esté en mi mente, y sea mío el problema por esperar de él lo que creía que podría ofrecerme, o puede que yo tenga razón, y mi "amigo" aparentaría lo mismo a cualquiera aparte de mí.

Y es así. Lamentablemente, de un tiempo a esta parte nos vemos, con tiempo de sobra (y no es mucho suponer que él también lo tiene, ya que sale a mi encuentro) y como si se tratase de una broma de cámara oculta, simplemente habla, y habla, y habla... y no dice nada. O lo que es peor, repite con sus palabras lo que yo le he contado. El colmo es ya cuando responde "sí, ¿verdad?", o "nooo, en absoluto" a propuestas que le hago que requieren una respuesta argumentada por su parte.

Francamente, no hay que ser muy listo para darse cuenta de que me está siguiendo la corriente, o lo que es igual, que dice lo que haga falta para no llevarme la contraria nunca. Él sabrá por qué lo hace. A mí me entristece, ante todo porque me quiero mucho, lo bastante como para pensar que merezco de él un poco más de calado del que obtengo.

Creedme que no hay ocasión en que no me plantee si yo puedo estar causándole precisamente la misma impresión, pero al final acabaré desechando eso también. Y es que desde hace poco me pilla prevenido, y converso sobre aviso. Nada. Sucede igual. Es como si todo fuera una interminable conversación de ascensor: El tiempo, los precios, los precios, el tiempo... No se me ocurre de dónde le nace esa necesidad invencible de romper el silencio... como si le diera miedo. Si va a ser cosa de las multinacionales de la comunicación. Tanto machacarnos con los avances en tecnología para que nos sintamos culpables de desperdiciar la oportunidad que nos dan para no quedarnos callados...

En fin, algún día si sigue en ese plan le mandaré un poquito a la mierda. Quizás cuando me canse tanto como para creerme mejor que él le espete un soberano "¡¡¿Por qué no te callas?!!"... Mi padre tuvo tiempo de advertirme "nunca digas cosas que son evidentes". Intentaré acordarme siempre que me suba a un ascensor.

sábado, 4 de abril de 2009

A vueltas sobre lo mismo



- ... y me fui dando cuenta de que sucede siempre. Y no tiene pinta de parar: Como no hay dos personas iguales, es imposible evitar esos típicos malentendidos por dar por hecho que el otro hará lo que nosotros haríamos. Y ¡plaf! no lo hace.

- ¡Justo! Y es verdad que no hay remedio que lo impida... así que más vale asumirlo. Y me dirás: ¿Qué entiendes tú por "asumirlo"? Y yo te diría: "Hombreee, asumirlo es reconocer que el otro es libre de sorprenderte. Cómo decirlo... A ver, que cada cual tiene sus ideas sobre en qué consiste la confianza, palabra mágica, y que cuanto más pones de tu parte para completar los "huecos" en los que no conoces al otro, más fácil es que haya un malentendido, por mucha confianza que exista".
Ya sabes. Aparecen los "no me parece normal", los "no sé si esto va para alante o para atrás", "me desconciertas"... cuando precisamente tú no has hecho nada con la intención de desconcertar a nadie.

- Ya. Y los "el que te entienda, que te compre", y "déjalo, no pasa nada, si no te voy a comprar"... Pues a eso iba. Que al final, es como si fuera una cuestión de tiempos. De ritmo. Uno está más acostumbrado que otro a profundizar en menos tiempo, con menos "material" disponible, por decirlo de alguna forma.

- No. Yaa, a ver, sí. Pero no sólo es por cosa de ritmos. Me refiero a que no todo se tiene que reducir a una suma de datos en un plazo de tiempo. Para mí son muy importantes los estados de ánimo, o sea, que como no estás siempre del mismo humor, unos días estás más comunicativo y otros menos. Y el otro está ahí, a piñón fijo, y eso hace que la confianza... como si menguara, como si hubiera recelos. Pero no tiene que ser nada personal contra esa persona en particular, sino que te sientes lejos de todos, como si lo buscases. Y el otro nunca sabe si quieres estar aislado para que te vengan a buscar, o porque en realidad no deseas compartirte con nadie. No sé.

- Buenoo... eso de que el otro está a piñón fijo... ya ves, cada uno es de su madre y de su padre...

- ¡O no!

- ¡JAJAJA! Yaaa, como lo de Martes y Trece, ¿no?: Elijo yo, que el hijo es mío. Tuyo, no sé, pero mío, sí.

- Sí, eso. Pero en serio, que por eso es tan difícil. Entre los ritmos, los estados de ánimo, la distancia y los horarios... menudo panorama.

- ¡Qué cuadro, señores, qué cuadro! En fin...


jueves, 2 de abril de 2009

Deberíamos irnos los dos



No sé quién dijo "confieso que he leído". Es igual. Yo también confieso que he leído... el lomo de un libro en las estanterías de la casa de mi padre que decía "Las Cárceles del Alma" y "Lajos Zilahy". Eso fue hace muchos años. Nunca lo leí...
Después oí por la radio que Sting había sacado un nuevo álbum y lo había titulado "The Soul Cages", y el poco inglés que sabía me dijo que ambas obras debían tener algo que ver.

La cuestión es que esa expresión me había impactado desde siempre. Me hacía imaginar los barrotes, en primer lugar. Negros y fríos. Infranqueables. Y muy crueles, porque al contrario que una pared, te dejan ver todo lo que hay fuera, lo que te estás perdiendo, de lo que te están privando.

Con el tiempo y la experiencia me fui dando cuenta de que es el ideal de justicia el que supone demasiadas cosas negativas en las vidas de las personas. Y además es una buena explicación a que los barrotes que nos encarcelan son levantados por nosotros mismos.
Por si no lo había aprendido en mi propia vida, encuentro tal enseñanza en eso que tiene de reválida cuando nos convertimos en padres. Veo a mi hijo empezando a aprender a aceptar la diferencia entre el Bien y el Mal, y cómo nace en él en consecuencia no sólo el sentido de la justicia, sino la paralela frustración de vivir todo eso que ocurre, y le ocurre, en contra de ella.

Y me acuerdo de mí como niño, y queriendo explicárselo a él me explico a mí mismo que es esa frustración la que nos hace nacer el miedo, la prudencia, la parálisis... todos los nombres de los enemigos de la inocencia. La misma que después nos pasamos pensando en recuperar los ratos que nos permitimos soñar despiertos.

Pero a veces, en días como hoy, corrientes aparentemente, nos llevamos una sorpresa feliz. Quizás exagere, fruto de alguna necesidad o desesperación que no reconoceré jamás. A veces descubres una verdad que en cierto modo te libera de esos barrotes que con tu miedo has levantado. Puede ser una voz en tu oreja, hablándote en la almohada, o con los labios cerca del oído aprovechando un baile lento, o al otro lado del teléfono. Es igual.

Escuchas esas palabras y por un momento dudas, aún sorprendido por comprobar que es posible también para ti. Que puedes vivir despierto el momento exacto en el que otra persona desea contigo lo mismo que deseas tú con ella.
Y sólo esperas que esa persona pueda a su vez derribar sus barrotes , igual que tú acabas de quebrar los tuyos haciendo tuya su voz. Y por eso repites la frase en voz alta.

A mi editora.