martes, 15 de septiembre de 2009

Estética de los tiempos que corren



Que la belleza está en el interior es algo que nadie se atrevería a negar, suponiendo que nos tomemos como “belleza” la bondad, claro está.
Como enseñanza es una verdad como un templo: Las apariencias engañan. Por muy bonito que sea el envoltorio, lo que cuenta es el fondo. ¿Qué más? Eeemmm… Entre forma y sustancia, la forma es secundaria, la sustancia es lo realmente valioso. Sí, desde luego.
Podríamos seguir así hasta el infinito, estirando esta contraposición entre lo sensual y lo intelectual y… es justo ahí donde yo veo que el argumento deja de tener razón. En los extremos nada es cierto. Y esto parece lo único cierto. Es como en el caso de la conocida paradoja de “debemos ser intolerantes con los intolerantes”.

A mí lo que me viene a decir todo esto es que cuando buscas la bondad en alguien, no se esconde en su aspecto. Que el Bien está en los actos, en los hechos, y que la Belleza no es la Bondad. Que no nos dejemos confundir, ni sobornar, ni hipnotizar por el atractivo de los sentidos. Vamos, que podemos hacer un viaje desde Disney hasta Descartes, pasando por Pixar, desde La Bella y la Bestia hasta “los sentidos nos engañan”, pasando por Shrek y sus capas de cebolla. O desde El Hombre Elefante hasta Las Amistades Peligrosas, desde Mask hasta La Impaciencia del Corazón.
Y al final, siempre es la misma conclusión: Existen personas hermosas y malvadas tanto como pueden existir personas feas hasta el cansancio y el colmo de la bondad.

Vale, Espejo, gracias por el recordatorio. Bueno. Muy bien. Pero ¿y qué pasa con la belleza en sí? Me refiero a la belleza que cada uno aprecia en las personas y en los objetos. La que es independiente de su valor, finalidad, destino. ¿Acaso no existe por sí misma? Creo que negarlo es como negar nuestra capacidad de tener criterio propio a nivel sensorial, y sensual.
Es la capacidad de vivir de acuerdo con unas ideas acerca del tamaño, la disposición espacial, la proporción, el color, la respuesta química, el magnetismo que de todo ello se deriva… Convierte a la belleza en algo tan subjetivo que permite convivir a las personas que encuentran irresistible a Cher (en sus múltiples versiones a lo largo de los años) o a Camela con las que se deleitan con Bach y Diane Kruger. Permite disfrutar de la variedad de gustos más amplia imaginable, de modo que es posible (aunque poco frecuente) encontrar personas extasiadas a la vez con Bach y Camela.
La apreciación de la belleza por sí es una buena prueba de la libertad del ser humano.

Es cierto que justo en este punto podemos tener en mente la dictadura estética de la moda, el canon de belleza, y el hecho de hasta qué extremo los gustos están condicionados. Esto me lleva directo a productores y consumidores, a multinacionales aliadas con expertos en comunicación, respondiendo a las pautas de la psicología social para poder interpretar, anticiparse y determinar los gustos de la mayoría.

Y he aquí la clave, para mí. El meollo del asunto. Se trata de un sistema de mayorías, y no de absolutos. Del mismo modo que en la democracia, yo creo que en la estética no hay universales. No hay modo de dar respuesta o de representar a la totalidad. Y en esas minorías, en esos decimales, se esconde la libertad. Esa cosa tan pequeña.