domingo, 21 de diciembre de 2008

Nunca rutina

Tú no me ves, porque no estoy ahí. Pero yo te veo. Las yemas de tus dedos recorren tu rodilla hasta el empeine, una caída preciosa y suave, a la búsqueda de algún pelito que afee el tacto de tu piel blanca y limpia, repasando cada pequeño trecho con las pincitas.
Se cuela por los visillos un aura más que una luz, un resplandor difuso de sol entre la niebla de la mañana, que ha venido a espiar a estos cuerpos que se aman, a ser testigo de la belleza que se regalan.
Ni siquiera me fijo en que estás desnuda, ni que la flexión de la izquierda sobre la derecha extendida oculta tu sexo, sobre el que hasta hace tan poco he estado descansando, y dibuja una curva que no puedo describir entre tu espalda y tus corvas.
El juego de los espejos me permite afeitarme mientras te admiro de reojo, y tú no lo ves, concentrada como estás en perfeccionarte más si cabe para nuestro siguiente encuentro. Pienso que los pliegues de las sábanas son como el vuelo de los vestidos en los Sorollas, y quiero esmerarme con el mentón y el bigote, para poder acariciar tus pómulos de nácar con mis mejillas, sin rascarte, sin resquicio para la aspereza, con toda la suavidad que pueda conseguir.
Ya estoy terminando... de nuevo, tu sonrisa me dice "ven".

2 comentarios:

Paula dijo...

Sonrío tímidamente y me voy de puntillas. Me he sentido como una intrusa invadiendo un instante que no estoy autorizada para contemplar.

Y susurro para mis adentros: es casi perfecto "tiene sensibilidad".

A través del espejo dijo...

Escribí sobre una situación que todo amante desearía vivir.
Gracias por captar esa intimidad.