lunes, 25 de mayo de 2009

Abuelo, ¿qué es el Honor?



Con esta frase derribaba la nieta del Señor de Briz todo el castillo de arena que su abuelo había levantado en el aire a lo largo de su larga y orgullosa vida, en la película de Garci.

A mí, que me gusta tanto bucear por las connotaciones de las palabras, el Honor se me hace algo como la Vida. Como concepto es inabarcable, pero sin él no es posible nada. ¿O tal vez sí?
Así lo deben tomar en Oriente, pues a la misma altura lo situó el anterior Presidente del Gobierno de Corea del Sur (se dice rápido el cargo éste, pero estamos hablando de una potencia económica mundial, es como si aquí se tratase de Aznar o de González) cuando decidió dejarse caer por un barranco después de dejar una nota pidiendo perdón… porque ¡su mujer! había aceptado regalos millonarios de una empresa para ser favorecida en contratos públicos. Vamos, cohecho.

Estas personas sí saben qué es el Honor. Los orientales. Al Este del Mediterráneo. Pienso en los japoneses con el Harakiri, en los budistas con quemarse a lo bonzo… y hasta en los yihaddistas cuando prefieren morir antes que delatar a un compañero de lucha. Pero claro, la cosa se va degradando, son malos ejemplos. Gente trastornada, a los ojos occidentales.

Aquí seguramente sucede que nuestra espiritualidad está demasiado vejada por la religión dominante, que nos permite ser pragmáticos hasta la hipocresía: Los domingos nos damos golpes en el pecho y repetimos “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, y después narramos como el Cantar de Mío Cid el desembarco y toma de un islote rocoso frente a las costas de África. Después nos escondemos detrás de tres personas uniformadas, a las que la tradición les ha enseñado a confundir defender la verdad con no chivarse de un compañero cobarde, y andamos huidos de las cámaras y los micrófonos “hasta que pase el temporal”…

Existe otro aspecto en el que los Orientales son diferentes a nosotros. Hace más de un año vi un debate en televisión en el que un hombre mayor, cansado y en el que el estrés había hecho mella cerrándole un ojo, no sólo esquivaba sin moverse sino que vapuleaba sin parpadear (de un ojo) a su rival, más activo, más audaz… menos informado. Los mayores, los muy mayores, los viejos, son respetados en Oriente donde más, porque allí la tradición no les ha hecho olvidar que una larga vida implica casi siempre un amplio conocimiento del carácter humano.

En cambio aquí nos vendemos por la juventud. Y si no somos jóvenes, hay que parecerlo. Sea como sea. La juventud es el éxito. De ahí el auge del deportista joven como modelo a imitar. El aspecto es lo más importante. Lo suficiente como para venderse por un buen traje. Hay que ser elegante, tener buen aspecto, pues será ahí donde nuestra inteligencia supina de votantes compruebe el mérito de un buen candidato.
Me pregunto si, como en el cuento, de no haberse parado la rueda, hubiéramos llegado a ver al que se abroga el título de “Molt Honorable President” caminando orgullosamente desnudo por las calles del Antic Regne.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El paraíso

Yo quería ser libre. Mi libertad estaba lejos, y no sabía muy bien dónde. Según fui conociendo el mundo pude darle un refugio a mi libertad, y allí sería feliz. Podía ser un sitio con mar o sin él, con una de esas playas inmensas en marea baja o en las montañas. Tendría que haber un río, eso seguro. Pero no un arroyo para pescar, sino un gran río que pudiese navegar con una piragua, canoa, o lo que fuese propio. Alaska, Canadá, Siberia, Noruega... se fueron sucediendo.

Desde los paisajes más desolados hasta las sociedades más tolerantes y cívicas. Primero quise ser feliz solo, pero nunca solo del todo, sino en la Naturaleza. Encontrarme a mí mismo, y toda esa parafernalia, lejos de las gentes, en medio de la inmensidad, para facilitarme escuchar la voz interior, y tal y cual... para luego descubrir, como Chris Mc Candless, que la felicidad no existe si no la puedes compartir. Además, es difícil estar solo hoy día. Me lo explico siempre con una imagen típica, que aparece en muchas películas cuando reflexionan sobre lo de la libertad y la soledad:
Un hombre camina con su mochila por el desierto, o por una zona montañosa y con bosques vírgenes, se sienta en una roca, y cuando sobrepasa la cima de la montaña, de pronto pasa un trailer de seis ejes soltando una columna de humo tocando la bocina con toda, y devolviendo al ingenuo a la realidad. ¡¡¡MOOOOOOOOOC MOOOOOOOOOC!!!

Pero yo seguía queriendo ser libre. Así que después pensé en rescatar la bondad humana (la mía y la que le suponía a los demás), empecé a pensar que mi libertad estaba en sitios poblados, más o menos urbanos, pero en contacto con otras gentes, semejantes a mí, que en realidad me harían descubrir que yo podía existir en otro ser. Que ya no se trataba de descubrirme en las rocas o en los bosques, sino en las conciencias ajenas, de modo que espíritus abiertos y emprendedores me aportarían la libertad que buscaba. Mi libertad estaba ahora en Suiza, Holanda, Dinamarca...

Después fui dándome cuenta de que seguramente la libertad no está en un lugar necesariamente, sino que el mejor lugar para sentirse libre está dentro de uno mismo, en su conciencia de la libertad, y que suele ser así como viene aparejada la felicidad. Fue cuando me dedicaba a leer pensamientos marxistas y postmodernos, y casi me entra la depre aceptando el hecho de la quimera de la libertad en la sociedad "opulenta", y toda la palabrería asociada.

Así que no sé si demasiado pronto. Pero el hecho es que a los 36 he dejado de buscar la libertad. Y por tanto he dejado de buscar la felicidad. Cuando estoy optimista, la mayoría del tiempo, pienso que no la busco porque ya la tengo. Ambas. Cuando no, tampoco así vuelvo a buscarla.

En fin.

martes, 12 de mayo de 2009

Bien está lo que bien acaba... cuando acabe

Las cosas me estaban yendo lo bastante bien como para no venir a desahogarme al blog. Umm… debería ajustarme más a lo que quiero decir en realidad. A ver, no es que ahora me vayan mal. Mejor decir que hay veces que me tomo peor las cosas de siempre, y acabo aquí. Sí, eso es más apropiado.

En fin. ¿Y de qué voy a desbarrar hoy? ¿Otra vez de ansiedades y frustraciones? Creo que no. ¿De por qué tenemos miedo a los demás y vivimos con careta? Tampoco. ¿De lo imposible que es expresar nuestros sentimientos y estados de ánimo con palabras? No, que entonces ni habría entrado.

En realidad venía pensando estos días en qué es este blog para mí. ¿Para qué me sirve? Quiero decir, si no me aturullo, que sé de sobra por qué lo abrí, pero me pregunto si cumple con una de las misiones que le atribuí al empezarlo.
Por ejemplo, ahora estoy pensando en lo bien que me ha venido hablar en público de muchas historias negativas, propias o de afines, con la ventaja del anonimato… y ¡plaf! justo ahí, donde aparece la idea de “anónimo”, y de lo útil que es para evitar que nos hieran desconocidos al saber “demasiado” de nosotros (¿”demasiado?”= lo justo como para convertir nuestro más pequeño signo de debilidad en algo con lo que dominarnos), es justo ahí, digo, donde el blog falla.
Donde fallamos con el blog.

¿Por qué? Para responder a esto, yo cuento con un factor externo al blog, sin el cual seguramente no habría podido caer en la cuenta de lo que os digo:
Yo hablo (y escucho) a diario con alguien que me conoce en persona, conoce mi pasado y mi presente, y veo con total claridad qué distinta es la comunicación verbal de la escrita en cuanto a su capacidad para ser lo más fiel al sentimiento y al pensamiento que la causan. De forma que si son los comentarios de esa persona los más precisos es por algo ajeno, por encima del texto. Si son los más certeros y exactos, no tiene nada que ver con cómo los he expresado en el blog.

Y lo que todo ello implica es: Que siento que el anonimato y la escritura convierten mi comunicación con todos los que no me conocen en persona en una partida de poker con las cartas marcadas. Y “jugar” las manos sabiendo cuál es resultado antes de empezar me hace sentir el “juego” como una trampa, y lo que es peor, como algo inútil. Y no me consuela saber (siguiendo con el símil) el valor que hay en jugar por jugar, ya que me importa mucho ese objetivo del que hablé antes por el cual abrí el blog.


Así que con estas paranoias me he pasado las últimas fechas. Pensando en que hay algo incompatible entre ser anónimo y conocerse a uno mismo. Por eso me he planteado terminar el blog. Al fin y al cabo, el papel que le di no lo cumple ya, si de veras lo hizo alguna vez. Pero no es algo tan simple como cerrarlo y adiós. Bien podría reconvertirlo, otorgarle otro valor, y así otro objetivo. Eso cambiaría sus contenidos, aunque lo ya escrito perdurará, y quizás eso lo convierta en más aburrido… pero francamente, si eso me hiciese vacilar y seguir jugando marcado, ya no sería yo.