Cuando cumplí 14 años descubrí, en las risas que me secundaban, que tenía una notable capacidad de ser gracioso con un humor sarcástico. La ironía no se me daba mal, y por lo visto tenía un vocabulario lo bastante amplio como para poder faltar al respeto sin que mi víctima se diese cuenta de que me importaba un pito su dignidad.
Honestamente, yo podría tener el vocabulario que fuese, que lo importante era tener mala leche o no tenerla. Y yo tenía mucha. Había sido objeto de escarnio y burla durante muchos años, y aquélla era mi particular venganza de débil que descubre que puede ser más "fuerte" que otros, y que por muy víctima que uno se sienta, siempre se puede ser verdugo de alguien. Ya sabeis, la adolescencia: Comer o ser comido.
Con el tiempo descubrí que la crueldad con la que atraje las simpatías y el respeto de muchos equivalía exactamente al rencor y el desprecio de todos los que acababan dándose cuenta del mío.
Y eso me hizo pensar.
Decidí (porque ser "bueno" o "malo" se puede decidir) que debía cambiar, y debía ofrecer a los demás mi mejor versión, que no es más que ser para los demás lo que deseamos que los demás sean para nosotros.
En esto hay un problema. Y está en que ofrecer siempre una buena cara a los demás tiene muchos riesgos para la personalidad de uno mismo. Para empezar, si ser simpático es un esfuerzo, antes o después uno se agota. Así que deja de serlo, y cae en la cuenta de que no ha sido uno mismo, sino que ha estado interpretando el papel de "bueno", de simpático, con el fin de... ¿gustar? ¿agradar? ¿sentirse aceptado?
¡Ay! Me parece que la necesidad de ser aceptado está detrás de tantos problemas de personalidad...
En la relación con los demás, amigos, novios, esposos, padres, jefes... interpretar un papel es la peor decisión. Hemos crecido con la enseñanza de que debemos ser positivos hacia los demás, pero creo que quienes intentaron enseñarnos se rasgarían las vestiduras cada vez que nos ven confundir ser flexible con hincar la rodilla, ser conciliador con renunciar a nuestros principios... Por cierto, ¿cuántos de nosotros tenemos principios?
Hoy vivo convencido de que mis principios, los nuevos (jejeje), me hacen ser exigente con los demás. Pero intento siempre evitar juzgar a alguien, amigo o enemigo, por algo que sea capaz de reconocer en mí mismo. No vivo en la creencia de que soy mejor que nadie, pero hay actitudes que alejo de mí. Y eso implica alejar a personas de mí.
Hace poco leí una anécdota en la que un médico recordaba el típico episodio de la infancia en el que una madre reñía y pegaba a una mesa por estar en el camino del crío que no había sabido esquivarla. Echarle la culpa al otro es otra de esas actitudes que nos inculcan desde tan pequeños, que como adultos las hacemos día a día sin darnos cuenta. Y muchas veces explicaremos, y nos convenceremos, de que nada de lo que nos sale mal tiene su origen en nosotros mismos.
Honestamente, yo podría tener el vocabulario que fuese, que lo importante era tener mala leche o no tenerla. Y yo tenía mucha. Había sido objeto de escarnio y burla durante muchos años, y aquélla era mi particular venganza de débil que descubre que puede ser más "fuerte" que otros, y que por muy víctima que uno se sienta, siempre se puede ser verdugo de alguien. Ya sabeis, la adolescencia: Comer o ser comido.
Con el tiempo descubrí que la crueldad con la que atraje las simpatías y el respeto de muchos equivalía exactamente al rencor y el desprecio de todos los que acababan dándose cuenta del mío.
Y eso me hizo pensar.
Decidí (porque ser "bueno" o "malo" se puede decidir) que debía cambiar, y debía ofrecer a los demás mi mejor versión, que no es más que ser para los demás lo que deseamos que los demás sean para nosotros.
En esto hay un problema. Y está en que ofrecer siempre una buena cara a los demás tiene muchos riesgos para la personalidad de uno mismo. Para empezar, si ser simpático es un esfuerzo, antes o después uno se agota. Así que deja de serlo, y cae en la cuenta de que no ha sido uno mismo, sino que ha estado interpretando el papel de "bueno", de simpático, con el fin de... ¿gustar? ¿agradar? ¿sentirse aceptado?
¡Ay! Me parece que la necesidad de ser aceptado está detrás de tantos problemas de personalidad...
En la relación con los demás, amigos, novios, esposos, padres, jefes... interpretar un papel es la peor decisión. Hemos crecido con la enseñanza de que debemos ser positivos hacia los demás, pero creo que quienes intentaron enseñarnos se rasgarían las vestiduras cada vez que nos ven confundir ser flexible con hincar la rodilla, ser conciliador con renunciar a nuestros principios... Por cierto, ¿cuántos de nosotros tenemos principios?
Hoy vivo convencido de que mis principios, los nuevos (jejeje), me hacen ser exigente con los demás. Pero intento siempre evitar juzgar a alguien, amigo o enemigo, por algo que sea capaz de reconocer en mí mismo. No vivo en la creencia de que soy mejor que nadie, pero hay actitudes que alejo de mí. Y eso implica alejar a personas de mí.
Hace poco leí una anécdota en la que un médico recordaba el típico episodio de la infancia en el que una madre reñía y pegaba a una mesa por estar en el camino del crío que no había sabido esquivarla. Echarle la culpa al otro es otra de esas actitudes que nos inculcan desde tan pequeños, que como adultos las hacemos día a día sin darnos cuenta. Y muchas veces explicaremos, y nos convenceremos, de que nada de lo que nos sale mal tiene su origen en nosotros mismos.
5 comentarios:
Yo siempre he intentado seguir la máxima de la naturalidad ante todo, caiga quien caiga, le pese a quien le pese y guste a quien guste. No se puede agradar a la mitad del mundo la mitad del tiempo, leí una vez (o algo parecido, ejem). Por consiguiente: sé tú mismo. Vas a tener los mismos resultados con cero esfuerzo.
Toc Toc... puede pasar el claro ejemplo de que aunque la mayor parte del tiempo te calles y te envenenes mordiendo tu propia lengua, por no mosquear a la peña, en cuánto dices lo que piensas te excomulgan sin reservas???.
Éche o que hai meu jijiji
Biquiños!!!
Aquí puede pasar todo el mundo... hasta tú!! (risa malvada)
Bueno, maruxiña, y ¿qué haces después de la excomunión?
a) te guardas la verdad en próximas ocasiones,
b) sigues diciendo lo que piensas, porque tienes derecho a pensar diferente siempre no vayas contra la libertad de los demás,
c) intentas explicar a esa "inquisición" que tu opinión es tan respetable como la suya, y si no lo quieren entender valen tanto como los talibanes,
d) les miras y piensas... A FUEGOO!
e) te planteas que "pasar" de ciertas personas te cierra unas puertas, pero te abre otras.
Y siempre es mejor estar solo que mal acompañado. Eso exige gustarse, soportarse, divertirse y, como dice ese gran filósofo del siglo XX, el Cordobéhh, a través de su profeta, el Komi, quererze uno musho, eze cuerpo, y todo va de verdá de deporte!
qué buenooooo jijijijiji.
En cuánto al test me has puesto difícil la respuesta mmmmm es que la de a fuegoooooo me tira mucho jejeje.
Yo cogería la opción b), aunque en ocasiones pudiera dar impresión de prepotencia, de ir de sobrado o de bordería directamente (no creo que sea mi caso, pero nunca se sabe... ninja). La opción e) supongo que sea la más "socialmente correcta", la que diría de quien la elige: ah, qué persona tan guai. Pero fijaos que esa opción no me la termino de creer, en el sentido de que sería digna del retrato de una persona sin zonas erróneas, y me parece que casi nadie la cumpliría a rajatabla.
Una cosa es promulgar algo y otra llevarlo a cabo.
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