lunes, 27 de octubre de 2008

Todo es vanidad

Uff, el nihilismo. ¡Qué miedito me da! En la crítica literaria hay una serie de pensadores franceses que de una manera u otra llegan al nihilismo. En realidad, si nos fijamos un poco, podría decirse que en el pensamiento francés del siglo XX el nihilismo ha dominado aplastante frente a visiones más optimistas del existencialismo que a finales del XIX propusiera Kierkegaard.
Greimas, Barthes o Derrida culminaban su teoría literaria afirmando que el texto escrito jamás alcanza el objetivo que se hubiera propuesto su autor: Comunicar. Comenzaban analizando los textos, y continuaban apuntando el detalle de que las palabras de cualquier lengua poseen una polisemia mínima y unas connotaciones que conducen a tantas interpretaciones posibles como lectores u oyentes existan.

Nada puede ser completamente expresado tal y como se desea, puesto que cada receptor obtiene una interpretación distinta de un mismo mensaje. Y claro, esto conduce a la nada, por extensión lógica, dado que las palabras son limitadas y las ideas infinitas.
Bien, aceptando esta posibilidad, podríamos entender que "Ven aquí de una maldita vez!!" podría significar un millón de cosas distintas, dependiendo de quién lo diga, cómo lo diga, a quién se lo diga, dónde lo diga, por qué, etcétera. Si esto ocurre a nivel de comunicación real, ¿qué no habría de suceder con respecto a la ficción?

En el cine también, por supuesto, encontramos nihilismo. Hay mucho que agradecer a Thomas Hardy, a Joseph Conrad y a Dostoievski, entre otros, por traernos, a nosotros lectores, al hombre moderno, lleno de flaquezas, limitaciones, miedos, culpas... tan real, al fin y al cabo. No más héroes fantásticos, no más guerreros de antaño, sino seres humanos de conciencia atormentada, tantas veces incapaces de decidir, de tomar una determinación, tan aterrados por las consecuencias de sus actos.

En este contexto es en el que yo veo siempre la película Blade Runner. Conozco pocos títulos que no dejen indiferente a nadie, y éste es uno de ellos. Para muchos un pestiño, un tostón infumable, para otros una obra maestra llena de reflexión acerca de la naturaleza humana.
Y es que no somos nada. Tal vez sea así, tal vez tenga que suceder lo que nos propone semejante historia, una monumental distopía en un magnífico universo cyberpunk ideado por la mente tan genial como perturbada de Philip K. Dick.

El narrador-protagonista, Deckard (Harrison Ford), se plantea cuestiones sobre qué es ser "humano", mientras cumple sus ódenes de exterminar a un grupo de personas construidas por ingeniería genética para el trabajo duro. Como si se tratase de un ángel exterminador con mala conciencia (me pregunto si Buñuel llegaría a ver esta película, qué diría).
Tal vez sólo unos seres humanos creados con fecha concreta de muerte, rebeldes asesinos contra sus creadores cuando descubren su verdadera naturaleza; tal vez sólo ellos consigan que al final nos preguntemos, como Deckard, "pero, ¿quién vive, en realidad?".... si no somos nada.

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