martes, 6 de enero de 2009

La Impaciencia del Corazón

Esta vez, traigo el comentario que hice a la novela de Stefan Zweig en un club de lectura de internet, hace unos meses.

Primero, decir que he encontrado muchas frases excelentes para definir rasgos de la personalidad, carencias, manías, vicios, pasiones, miedos, y que su valor, como corresponde a algo tan profundo, está vigente de modo intemporal, sea en la Europa Central de la primera mitad del siglo XX, u hoy mismo. No reproduciré ningún pasaje en especial, porque acabaría llenando una entrada enorme, tan grande es el número de los que me tocaron.
En ellos hay montones de agudas observaciones psicológicas, sociológicas, sentimentales... sobre la naturaleza de las relaciones humanas. Sólo por esto la novela valdría mucho la pena. Pero hay muchísimo más.

Bueno. Es el relato de una tragedia en una época trágica, a cargo de uno de sus protagonistas. Es también el relato de una triste incomunicación, que paradójicamente, dice mil cosas: La confusión entre la realidad y el deseo, la falta de libertad del narrador-protagonista ante un mundo lleno de prejuicios que se interponen entre él y Edith...
Estos prejuicios son de varios tipos, pero demasiado numerosos para Hofmiller, incluso para ser derribados a lomos de un caballo.

Están los prejuicios de clase, me refiero a los económicos, a los que se expresan en relación a los bienes materiales. Hofmiller queda fascinado por el envoltorio, por el escenario de la acción, que le atrapa como la miel a la mosca. Él, un oficial del ejército imperial, donde la austeridad es una marca tanto externa como de carácter, sucumbe con facilidad al brillo, a las porcelanas, las pitilleras de oro...

Están los prejuicios de raza, claramente expuestos en la novela en un momento particular en que se habla de la vergüenza ante el compromiso con una familia judía. Aún en el caso de que no hubiesen sido abiertamente reconocidos en el relato de Hofmiller, sabiendo que nos encontramos en la Europa Central del primer tercio del siglo XX, el antisemitismo se debe dar por descontado. El hecho de que Hofmiller hable de ello, con todo, es una de esas señales que me inclinan a pensar en la novela como un relato catártico, una purga, una penitencia, por confesión de los pecados de un pasado que ya nunca le abandonará.

Están los prejuicios de género. Son obvios. El hecho de encontrarnos en un mundo caballeresco nos indica cuáles son los reducidos roles que corresponden a la mujer. Si además se acentúan con la juventud de Edith, el paternalismo que caracteriza las actitudes machistas, es decir, la posesión personal, la pertenencia, la dependencia... hacen que la rebeldía de Edith ante lo que es ( y no hablo aquí de su parálisis) como mujer, como niña, como quien se resiste al rol que le da un mundo de hombres ya por el mero hecho de ser mujer, se contemple como inmadurez ante la narración de Hofmiller. La mujer ha sido hasta hace... diez minutos, un bien material que quien tenía debía entregar en las mejores condiciones, e incluso pagando ( la dote) a quien se hiciese cargo de ella (increíble, verdad?). Por tanto, cobra aquí importancia capital el siguiente prejuicio.
El estético.

En esta historia, como en casi todas, novelas o reales (acaso no inspira la realidad a la ficción? o era al revés?), Edith ES una inválida. No está paralizada, sino que es una "inútil". A los ojos de todos, no "sirve" para lo que sí sirve Ilona. De ahí la enorme consternación de Hofmiller al descubrir que Edith ama, y no sólo eso, sino que desea. Que su cuerpo es mucho más que las piernas inmóviles. Y que su persona es mucho más que una niña caprichosa, sino una mujer que no se quiere resignar a vivir postrada, física y moralmente.
La novela, como en tantas historias, también en el teatro, presenta personajes desdoblados en dualidades: Tenemos a Hofmiller y al Doctor Condor, a Edith e Ilona, a Kekesfalva y al Coronel. Son personajes antitéticos. Sólo me detendré en el militar y el médico, y sin profundizar apenas, es obvia la elección de sus oficios para acentuar sus diferencias: El militar recibe órdenes, necesita una misión que cumplir, necesita conocer sus límites, la libertad de acción le desconcierta, y la rechaza y, además, como joven e inexperto, se siente seguro cuando le dicen qué debe hacer.
El médico vive, disfruta de una buena comida, incluso ante los ojos desdeñosos de un soldado más preocupado de una buena imagen... fachada. Es sensible, y asume sus sentimientos. Quizás sucumba a la culpa, pero he aquí uno de los puntos clave de la novela: la intervención de la mujer del médico, que no podía ser de otro modo, es CIEGA.

Solo aquí citaré el libro. Es claro cómo, hacia la pág. 447 de mi edición, leemos "Me incliné y besé la mano. Cuando levanté la cabeza, no comprendi que esa mujer de pelo gris y de boca áspera, y con la amargura de sus ojos ciegos, hubiera podido parecerme fea la primera vez, pues el amor y la compasión iluminaban su rostro. Tuve la impresión de que aquellos ojos que ya sólo reflejaban oscuridad para siempre sabían más de la realidad de la vida que todos los que pueden mirar el mundo claros y radiantes."
Ésta es para mí la clave de la historia, y su clímax. Al fin y al cabo, el resto, es previsible, y se consuma la tragedia.

Sobre la piedad, y la compasión, creo que son pasiones condicionadas por todos estos prejuicios. De modo que Edith abre su corazón a quien creía que no tenía en cuenta su aspecto, sino que la había visto con otros ojos. Cuando comprende que no es así, que nadie puede verla más allá de sus piernas, en fin... Está escrito.

4 comentarios:

Tot dijo...

Muy bueno el análisis que haces.... A mi también me encantó... aunque como cada uno se queda con lo que le parece yo me quedé con el tema del amor no correspondido...

Te enlazo lo que escribí en mi blog en su momento..
http://recuerdoteca.blogspot.com/2006/08/la-no-correspondencia-del-amor.html

A través del espejo dijo...

Está claro que cada uno cojeamos de un pie en cuanto a nuestros comentarios.
Yo me fui por la crítica marxista de las relaciones de género, raza, clase...
Vengo de leer tu entrada sobre Zweig y la psicología de la mujer enamorada, y del amor no correspondido.
Es interesante tanto la entrada como los comentarios, sobre todo porque reflexionan con el corazón y la memoria.
Yo también prefiero amor sin correspondencia que el no corresponder a un amor. Y también hablo por la experiencia.
¿Es más llevadero el "masoquismo" que la culpa? Será eso...

Me interesa mucho la culpa por no corresponder a un amor. He pensado a menudo en eso. Hoy por hoy pienso que la maldad y la bajeza humana están tan presentes (Gaza, Irak, Guantánamo, Tibet...) que el amor se hace imprescindible a los ojos de la gente, y ay del que se le ocurra no corresponder a un amor. Es tan culpable como el peor criminal.

Bueno, realmente creo que es más fácil convivir con la ilusión de la incerteza que con la certeza de la desilusión.

Majo dijo...

De ese libro el personaje que más me impactó fue el de Anton Hofmiller, que empezó causándome simpatía y terminé aborreciendo.

Vi en él a un chico sin personalidad, más insulso que salado, que pasa por la vida sin pena ni gloria, y a la primera de cambio en que otra persona muestra su debilidad hacia él se encumbra (por sucumbir tan fácilmente al halago). Su egolatría y egoísmo total hacen que asuma su papel de "salvador de la patria", llevándolo hasta los extremos, teniendo el fin que ¿se merece?.

No creo que la vida finalmente se porte mal con él, siendo su propia conciencia la que lo hace caer en desgracia personal, en una especie de espiral de remordimiento, culpa y autodestrucción.

Se muestra primero de forma seductora, y más tarde escurridiza, como dice el autor. Pero es tanta su carencia de Yo, de saber estar, que es cobardemente incapaz de escapar del tremendo embuste en que se convierte su vida.

Ahora, y ya que sacáis a la luz el tema del amor en este libro, decir que en su momento me vino a la mente la frase de Anatole France: "Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas", y pensando en si el fin justificaba los medios en cuestiones de sentimientos me respondí tajantemente que no.

En mi vida he estado más veces en el lugar del amante no correspondido que en del que rechaza, y digo también por experiencia que vive muchísimo más tranquilo el segundo, sin ese hervir quizás, sin ese cosquilleo de ahora sí, ahora quizás, ahora puede que no, pero sin sufrir, y ya sabemos de la inutilidad del sufrimiento.

A través del espejo dijo...

Gracias por animaros a participar en estos comentarios. Me aportais mucho.
Sí, está claro que el personaje de Hofmiller da mucho juego, aunque yo no creo que sea "cobardemente incapaz de escapar". Creo que es lo contrario: cobardemente capaz de escapar... de su verdad, y venderse por una pitillera de oro... y un montón de halagos. Cierto.
En cualquier caso, Zweig fue para mí todo un hallazgo como conocedor de los sentimientos humanos, sobre todo de los vicios.