¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué les estoy hablando? Bien, se supone que lo que yo les cuente servirá para que decidan si puedo ser o no profesor. No les contestaré con preguntas, no se alarmen, pero sí les querría proponer que reflexionasen conmigo acerca del lenguaje, y de los idiomas.
Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a un coloquio homenaje a un conocido poeta, dramaturgo y escritor de cuentos de Cangas, Pontevedra. Su nombre es Bernardino Graña. Su imagen, desde hace unos años, es la de un hombre amable, sencillo, modesto... En su cara, unas gafas oscuras de pasta y una barba blanca que contribuyen a verlo como a alguien curtido y experto.
Nos habló, siempre humilde, y nos invitó a la misma reflexión que yo hoy quisiera que tuviéramos en cuenta: Lo esencial en la comunicación humana, expresar sentimientos y emociones, compartir información y conocimiento, es en origen un acto de habla. El señor Graña quiso hablarnos del arte narrativo, de la habilidad para contar historias, y sí, lo hacía de hecho como escritor, pero recordándonos que todo ser humano, antes que escritor, es orador. Es hablante.
Comunicar algo, lo que sea, contarlo, comentarlo, una anécdota, un suceso, un chiste, un relato real o inventado, requiere el dominio de una serie de recursos, tanto lingüísticos, ya sean gramaticales, léxicos, de entonación, énfasis, pausas... como extra-lingüísticos, como los gestos, actitud corporal, mímica...
Gran parte de estos elementos que acabo de mencionar los vamos adquiriendo todos nosotros, independientemente del idioma que hablemos, en el lugar del Mundo que sea, esencialmente a través de imitación y repetición, por observación directa, de parte de otras personas que nos los transmiten como armazón, como estructura y soporte de lo sustancial, de lo narrado de viva voz, y los incorporamos según nuestro gusto y en función del efecto que causan en nuestra audiencia, a un sistema propio, y cuya combinación a nuestra voluntad acaba definiendo lo que se conoce como un estilo personal.
Del mismo modo que eso lo hacemos de un modo más o menos consciente en el terreno oral, en el plano escrito también, aunque aquí sí más conscientes, y con recursos propios de la comunicación escrita, cuya combinación personal acabará también definiendo un estilo propio.
Ahora bien, tanto en el terreno oral como en el escrito, existen una serie de límites para que la comunicación sea posible. Escuchando al señor Graña recordé que toda persona, conforme desarrolla su propia visión del mundo, desarrolla también un modo propio de expresarlo, que a medida que hablamos y escuchamos, vamos incorporando más y más elementos valorativos, juicios acerca de lo que nos rodea, como resultado de algo fundamental en nuestro proceso de madurez: La capacidad de abstracción.
Esta habilidad humana, que nos permite utilizar el pensamiento lógico para sacar conclusiones, lo que conocemos como el método deductivo, y se complementa con su opuesto, el método inductivo, es decir, articular lo general a partir de lo particular, nos ayuda a construir un punto de vista propio acerca de la realidad en que vivimos, y sólo es posible como mecanismo mental en tanto que se expresa mediante palabras, habladas y escritas.
La capacidad de reflexión, de construir verbalmente argumentos, explicaciones y justificaciones acerca de los actos y las intenciones propias y ajenas, se desarrolla en las personas en la pubertad y la adolescencia. Justamente la edad que atraviesan nuestros alumnos.
Nuestra tarea como profesores es, por tanto, la de construir puentes sólidos y permanentes entre el mundo y nuestros alumnos. Somos el medio que comunica, que pone en contacto el saber del mundo con quienes comienzan a percibirlo de manera que pueden asimilarlo y reproducirlo para sí mismos, y compartirlo con los demás, mediante el lenguaje.
¿Cómo lo hacemos?...
Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a un coloquio homenaje a un conocido poeta, dramaturgo y escritor de cuentos de Cangas, Pontevedra. Su nombre es Bernardino Graña. Su imagen, desde hace unos años, es la de un hombre amable, sencillo, modesto... En su cara, unas gafas oscuras de pasta y una barba blanca que contribuyen a verlo como a alguien curtido y experto.
Nos habló, siempre humilde, y nos invitó a la misma reflexión que yo hoy quisiera que tuviéramos en cuenta: Lo esencial en la comunicación humana, expresar sentimientos y emociones, compartir información y conocimiento, es en origen un acto de habla. El señor Graña quiso hablarnos del arte narrativo, de la habilidad para contar historias, y sí, lo hacía de hecho como escritor, pero recordándonos que todo ser humano, antes que escritor, es orador. Es hablante.
Comunicar algo, lo que sea, contarlo, comentarlo, una anécdota, un suceso, un chiste, un relato real o inventado, requiere el dominio de una serie de recursos, tanto lingüísticos, ya sean gramaticales, léxicos, de entonación, énfasis, pausas... como extra-lingüísticos, como los gestos, actitud corporal, mímica...
Gran parte de estos elementos que acabo de mencionar los vamos adquiriendo todos nosotros, independientemente del idioma que hablemos, en el lugar del Mundo que sea, esencialmente a través de imitación y repetición, por observación directa, de parte de otras personas que nos los transmiten como armazón, como estructura y soporte de lo sustancial, de lo narrado de viva voz, y los incorporamos según nuestro gusto y en función del efecto que causan en nuestra audiencia, a un sistema propio, y cuya combinación a nuestra voluntad acaba definiendo lo que se conoce como un estilo personal.
Del mismo modo que eso lo hacemos de un modo más o menos consciente en el terreno oral, en el plano escrito también, aunque aquí sí más conscientes, y con recursos propios de la comunicación escrita, cuya combinación personal acabará también definiendo un estilo propio.
Ahora bien, tanto en el terreno oral como en el escrito, existen una serie de límites para que la comunicación sea posible. Escuchando al señor Graña recordé que toda persona, conforme desarrolla su propia visión del mundo, desarrolla también un modo propio de expresarlo, que a medida que hablamos y escuchamos, vamos incorporando más y más elementos valorativos, juicios acerca de lo que nos rodea, como resultado de algo fundamental en nuestro proceso de madurez: La capacidad de abstracción.
Esta habilidad humana, que nos permite utilizar el pensamiento lógico para sacar conclusiones, lo que conocemos como el método deductivo, y se complementa con su opuesto, el método inductivo, es decir, articular lo general a partir de lo particular, nos ayuda a construir un punto de vista propio acerca de la realidad en que vivimos, y sólo es posible como mecanismo mental en tanto que se expresa mediante palabras, habladas y escritas.
La capacidad de reflexión, de construir verbalmente argumentos, explicaciones y justificaciones acerca de los actos y las intenciones propias y ajenas, se desarrolla en las personas en la pubertad y la adolescencia. Justamente la edad que atraviesan nuestros alumnos.
Nuestra tarea como profesores es, por tanto, la de construir puentes sólidos y permanentes entre el mundo y nuestros alumnos. Somos el medio que comunica, que pone en contacto el saber del mundo con quienes comienzan a percibirlo de manera que pueden asimilarlo y reproducirlo para sí mismos, y compartirlo con los demás, mediante el lenguaje.
¿Cómo lo hacemos?...
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