jueves, 21 de enero de 2010

La cara oculta de la Luna



Oculta... Los que hablan inglés la llaman “dark”, oscura. A mí, cuando me detuve a pensarlo para esta entrada, me gustó más “oscura” que oculta. Por la connotación, mucho más sugerente. Así que queda “oscura”.

En lo que concierne al mundo de los hechos, la Luna tiene su movimiento de rotación sincronizado con el de traslación. Dicho de manera simple, tarda lo mismo en dar un giro sobre sí misma que una vuelta alrededor de la Tierra. Por lo que parece, esto ocurre como resultado de una combinación proporcionada de gravitación, inercias y demás fuerzas del movimiento de los astros.
De modo que siempre ofrece la misma cara visible vista desde la Tierra. La primera conclusión que sacamos de un dato como éste es que siempre oculta una cara... y aquí es donde ya la hemos cagao:

Porque en lo que concierne al mundo de “todo-lo-que-no-es-Ciencia”, qué irresistible tentación la de cualquier ser humano de sacar petróleo de ese hecho. En fin. Es lo que hay. Al parecer (los psicólogos tendrán un nombre para esto) un mecanismo de nuestra mente de lo más normal para comprender el Mundo es el de interpretar lo que nos rodea como si poseyera “cualidades” -no confundir nunca con “virtudes”, ejem- humanas). ¿Qué quiere decir esto? Pues es muy fácil de entender: Pongamos la tele, por ejemplo. A las 3 y media, más o menos, en La 2, después del eterno Saber y Ganar, y encontrémonos con un maravilloso documental de fauna de David Attenborough (premiado con el Príncipe de Asturias 2009, en fin). ¿Qué vemos?

Ummm... buena pregunta. Para mí, vemos una cosa, pero mi querido David dice que vemos otra. Y bastante diferente. Mientras tú, yo, él, Usted y mi prima de Sevilla vemos que el tiburón ataca, muerde y come un pato o una gaviota posada sobre la superficie del agua, el señor David ve a un astuto tiburón que, inclemente, se ha escondido bajo el reflejo de las aguas, y en un descuido del despreocupado pajarraco, ha ejecutado implacable la sentencia de la Naturaleza. Después (o antes, según el propósito del realizador), nos enteramos de que la gaviota en cuestión tenía... familia. Oh, Hados! Oh, ventura ingrata!, Gaviotitas huérfanas por el malvado tiburón! Qué injusta es la Naturaleza! Qué Mundo más cruel y sin piedad!...

Y yo en mis adentros exclamo, una vez más ¡¡¡ Y UNA MIERDAAA!!! indignado con el señor Attenborough, con su manera de divulgar la Ciencia, con los jurados que le premian, y con los acólitos que les aclaman.
El Mundo no es justo. No existe la Justicia en el Mundo. Justicia, piedad, crueldad, no son cualidades del Mundo. Son cualidades del ser humano, que las aplica a su comprensión del Mundo para poder asimilar los hechos de la Naturaleza conforme a un plan propio: Poder sobrevivir en sociedad superando la ley de la no-ley: Matar o morir.

No me olvido de que algunas especies de homínidos y primates viven en sociedades más o menos organizadas. Pero no tienen tribunales de justicia, policía, ni registro de la propiedad. Conozco los estudios de Jane Goodall y Dian Fossey, y he estudiado acerca de los sistemas de comunicación del mundo animal como reflejo y herramienta de la organización social de una especie. Sé, y admito, que en lo referente a los homínidos, las semejanzas cada vez más conocidas alimentan la confusión que denuncio, pero entiendo que la idea de la justicia/injusticia es sólo posible en los humanos... o al menos en aquella especie en la que sea posible tener conciencia de uno mismo, y por lógica, del Otro. De manera que sólo si hay Otro es posible pensar en términos de correspondencia, igualdad, equilibrio... justicia.

Esto lo definió Lacan perfectamente en su descripción del desarrollo de la identidad a través de la llamada “fase del espejo” (en la que no tengo nada que ver...)
Bien. Si solo es posible ponerse en el lugar del Otro cuando se le puede percibir como tal, con sus semejanzas y sus diferencias, por qué dificultar, por qué entorpecer, por qué queriendo divulgar el hallazgo de un hecho, de “El Hecho” por antonomasia de la Ciencia, como es la Evolución por selección natural, se trabaja de una forma tan contradictoria, llenando los hechos digamos “puros”, de la Naturaleza con subjetividades como justicia, crueldad, ingenuidad... Hasta cuando mencionamos los “hechos de la Naturaleza”, con sus mayúsculas, la estamos personificando.

Pongamos otro ejemplo, el de la archiconocida mimetización: La araña que se disfraza de mosca. El insecto palo, la mariposa que parece un búho, el camaleón y las hojas, en fin...

Seguirán hablándonos de lo listos que son, qué sagaces, qué hábiles. Pero vamos a ver (leer esto como si lo dijese Quique San Francisco), ¿hay una elección consciente, voluntaria, hay un plan? ¿Se levantó la araña juguetona, con ganas de disfrazarse esta mañana? ¿Por qué no explicar sencillamente la verdad de que la araña nació así?

Cuando me pregunto por qué no basta con decir que lo propio en la naturaleza es la diversidad, porque las especies surgen por alteraciones genéticas de otras, y que la mariposa no desarrolló los anteojos de búho en las alas para sobrevivir, sino que las que nacían con esa alteración sobrevivían y seguían produciendo esa característica, mientras que las otras eran comidas y su variedad se extinguía... me respondo que es por dinero.

¿Dinero? Sí, dinero. Convierten el interés por el saber en un producto audiovisual... que cuesta dinero producir. Además, no son los únicos que quieren divulgar ese saber, por lo cual compiten con otros. ¿Qué hacer para resultar más atractivos que los otros? ¿Cómo conseguir la atención, los contratos financieros, las subvenciones, la publicidad... los premios? La respuesta es obvia, y muy humana: El Drama. Venden la naturaleza como un drama. El hombre es un actor en el gran teatro del Mundo, decía Shakespeare, así que dicen que los animales, las plantas y demás familia, son también actores, estrellas, secundarios, de reparto, extras y hasta cameos.
¿Por qué hacerlo? Porque del mismo modo que está en nuestra naturaleza convivir, comprender y entendernos con nuestros semejantes (como son nuestros semejantes nos enseñan algo de nosotros mismos, como hacemos mediante un blog), así utilizan a la naturaleza para hacerla atractiva a nuestra perspectiva humana.

Pero, francamente (sigo con Quique), dejad de venderme la moto con el astuto tiburón y la sagaz araña, y no sigáis jodiendo el buen nombre y el prodigioso hallazgo de Charles Darwin. Devolved a la naturaleza su falta de pasión, su falta absoluta de justicia, y si queréis promocionar el espectáculo de un buen drama, producid un montaje rompedor de Los Miserables, por poner un ejemplo.

jueves, 7 de enero de 2010

Así me Lucía con el Sexo

Cuando pienso en hablar de sexo en seguida me tengo que parar a elegir las palabras. Qué vocabulario voy a utilizar, porque tengo especial interés en salvar el tabú. Me encantaría estar seguro de que puedo reflexionar sobre el sexo, o sobre su influencia en otros asuntos humanos sin preocuparme de las formas. Sin preocuparme de que las formas acaben llamando más la atención que la propia materia en la que quiero profundizar.

Por ejemplo, si voy a hablar de sexo aquí, en un sitio público, delante de desconocidos (lo de “semidesconocidos” me hace tanta gracia como si alguien dijese “semiconocidos”), lo primero que me viene a la cabeza es “no puedes hablar en primera persona, es comprometido”, o también “no tienes por qué hablar en primera persona, aunque acabarás diciendo generalidades y sacando prejuicios”. Es difícil para mí organizar lo que quiero decir.

Que dé igual. Eso espero. Allá va, como salga:
¿Cuánto puede pesar el sexo en una decisión? Quiero decir en realidad ¿cuánto puede pesar la necesidad de sexo en la voluntad de alguien?
Sexo, voluntad, actitud, comportamiento, deseo, carencias, necesidad… Rápidamente pienso en Freud, que si ha pasado a la Historia por algo es por tratar el tabú cara a cara. Otra cosa es apostar por que haya acertado en las causas, los procesos, o hasta en los métodos. Pero al menos intentó ser racional con aspectos de nuestra naturaleza que nos “desendiosaban”, lo cual siempre ha merecido mi respeto y mi atención.

A lo que voy. ¿Cómo puede una persona estar segura de que un acto suyo, una decisión, una intención, no está determinada por un impulso de deseo sexual más o menos explícito? Me refiero ante todo a actos en las relaciones con los demás, por supuesto.
Al poco de hacerme estas preguntas caigo en la cuenta de que es una chorrada, porque son preguntas retóricas. Claro que pesa, da igual cuánto. Sería fantástico (Punset aquí diría “amazing”) anticiparse. Ser consciente es la primera ventaja que tiene. Conocer el hecho, estar plenamente consciente en el momento exacto. Eso es “saber”. Anticiparse es el primer premio, cronológicamente, que nos da el saber, el ser conscientes.

Imaginad que podéis saber (no reconocer a posteriori, que eso podemos todos, aunque los haya que ni con ésas) que estáis pensando en algo, tramando, preparando, una estrategia hacia alguien (una simple conversación al teléfono, sin más) condicionados por la relación sexual que mantenéis con esa persona*, y que podéis desestimar hacer o coger esa llamada porque tal condicionamiento os perjudica u os va a perjudicar en el verdadero interés por el que buscáis esa conversación. Es fascinante, ¿no?



*Porque todos, lo reconozcamos o no, tenemos relaciones sexuales con un montón de gente que nos atrae: Pueden ser por pensamiento (casi todas), por incomparecencia de uno de los participantes (y se recurre a la imaginación y a los “idiomas”… alemán, generalmente: alemano derecha o alemano izquierda, y gadgets cada vez más surtidos), por obra (las menos)…
Pensad (vaya, estoy evitando la primera persona…) en un compañero de trabajo (da igual jefe, compañero o subordinado), en un pariente tal como cuñado, sobrino, tío, o incluso primos, en vecinos, comerciantes habituales, compañeros de estudios, ídolos del cine, la tele, etcétera. Y escuchad ahora a vuestra voz interior (cada uno a la suya, mejor). Ésa que os dice a sabiendas de que nadie la va a oír nunca “a ésa/ese me la/lo tiraba en un aquí te pillo”, o “quién te pillara por banda, maaadre míarrrrr” (acompañado de un aumento en la secreción adrenal y por qué no, en la salivación… ¿acaso no cantaba Manolo Escobar “que te viá comé, que te viá comé…”). Pues eso.

Es una obviedad decir que el sexo nos condiciona mucho en todo, desde lo más cotidiano hasta lo más espiritual. Porque no tenemos un cuerpo. Somos un cuerpo. Incluso Sánchez Dragó, por muy metafísico que pueda parecer, vive al parecer con felicidad el sexo tántrico. No pondré enlaces sobre eso porque no quiero que se me derrumbe el blog en una explosión mística.

Bueno, sigo. Que esta entrada viene a cuento porque estoy convencido de que siendo como es un tabú, no estamos dispuestos a admitir casi nunca que el sexo no ya nos condiciona, sino que nos determina.

Sobre todo cuando, en contra de nuestra sabia naturaleza, se nos hace tan escaso que parecemos como el que se arrastra por el desierto persiguiendo espejismos. (Mierda! La primera persona!)